Hoy me he levantado temprano y una de las gracias de vivir en el centro de Barcelona es que si paseas por el barrio a primera hora de la mañana, vives el mejor momento de la jornada. Parece que va a llover. Me hace cierta gracia imaginarme que durante unos días hemos estado un pueblo unido por oraciones a los dioses de la lluvia, pidiéndoles que hagan el favor. Hay algo que debería relacionar directamente con la fe cuando nos veo a todos los catalanes convencidos de que, a pesar de Tomàs Molina y el Meteocat digan que va a llover, el día de Sant Jordi siempre hace buen tiempo.
Este año en las paradas de libros y rosas que se empiezan a montar en el centro de la ciudad se ven muchas lonas de plástico previsoras y también paraguas y canguros. Un abrazo desde aquí a todos aquellos que le espera una jornada de trabajo bajo la lluvia porque ni mirando al cielo ni mirando el móvil hay ningún indicio de que la situación tenga que cambiar mucho, como mínimo en las próximas horas.
Preparativos de Sant Jordi a primera hora de la mañana. Foto: Adrià Costa Rifà
Estoy en la Rambla de Catalunya. Hay un hombre impaciente que pide a una librera si puede comprar un libro rápidamente antes de que entre en el trabajo. Que tiene mucha prisa, dice. Ella dice que un día es un día y que hoy no es uno de ellos así que puede ayudarle. Busca un libro por su hija de quince años, casi dieciséis, que no lee mucho, pero sabe que lo que más le gusta ahora mismo son las drag queens y los vídeos de Tiktok. Esto no es rápidamente, dice la librera.
Cruzando la esquina dirección Llobregat, dos estudiantes ponen rosas en un cubo de plástico rojo. Muy mal puestas. Pobres criaturas. Uno le dice al otro que, si en vez de rebajar el precio de las rosas a última hora de la tarde, aguantan todo el día con la tarifa de la mañana, en vez de trescientos ganarán quinientos euros y que el viaje de fin de curso, en vez de en la Escala podrían hacerlo en Roma. El otro le dice a uno que no se flipe.
Quiero un café. La ilusión de levantarse temprano está bien, pero el sueño no te la quita nadie. En el horno de pan que acaban de levantar la persiana la encargada está hablando con el panadero. Le dice que por el amor de Dios, que si no ve evidente que el pan de Sant Jordi hoy debe ponerlo bien a la vista, que es un género que sólo venderán hoy y que es mejor venderlo todo porque ella no quiere saber nada después, que no le gusta la sobrasada. Le digo que no sabe lo que se pierde y pido un café solo largo para llevar.
Preparativos de las paradas de Sant Jordi. Foto: Adrià Costa Rifà
Lo tomo mientras sigo enfilando la Rambla de Catalunya arriba. Una señora maldice a todos sus muertos por no haber cogido paraguas. Un adolescente compra dos rosas: por la madre y por la chica que no le hace ni caso, dice. La chica que le vende le desea mucha suerte. Él ríe. Hay un librero muy atolondrado porque el datáfono no le funciona. Que no sufra, le dice el cliente. «No, sí que padezco, sí, que tenemos que estar todo el día aquí, ¡eh!», responde él. «Bueno, ya tendré tiempo a venir después, vuelvo en un rato que el día es muy largo. No sufra, guárdeme los libros», cierra el cliente. El librero no confía en que vuelva, lo sé porque así le ha hecho saber a su compañera. A mí me gustaría mucho cerrar esta crónica diciendo que yo sí creo que volverá pero, sinceramente, qué queréis que le diga…
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