Mario Balotelli, Samuel Eto’o, Romelu Lukaku, Marco Zoro, Kevin Prince Boateng, Sulley Muntari, Kalidou Koulibaly, Victor Osimhen y André Zambo Anguissa. Son sólo algunos de los futbolistas de primer nivel que han sufrido muestras de racismo en campos italianos, una de las achacas que salpican algunas aficiones de aquel país, aunque pocas ligas se escapan de esta problemática, tampoco la española. Y a pesar de ser deportistas de élite, los afectados no pueden aislarse, tal y como demuestra un estudio reciente que evidencia con datos como la presión de los radicales perjudica a su juego.
En concreto, analiza la calidad en el campo de los futbolistas nacidos en diferentes regiones durante la primera mitad de la liga italiana 2019-2020 y su tramo final, cuando se va prohibir la entrada de aficionados en los estadios debido a la primera ola de la Covid. Los únicos que variaron el nivel, y hacia mejor, fueron los africanos. El artículo Cuando el estadio calla: cómo las multitudes afectan al rendimiento de los grupos discriminados, de Mauro Caselli (Universidad de Trento), Paolo Falco (Universidad de Copenhagen) y Gianpiero Mattera (OCDE), ha sido publicado en la revista especializada Journal of Labor Economics, editada por la Universidad de Chicago.
«La presión racista puede perjudicar a los grupos discriminados y reducir la calidad global del juego«, aseguran los autores. Su búsqueda concluye que las valoraciones de los futbolistas africanos van incrementarse un 3% de media en los partidos que jugaron con los campos vacíos respecto a los anteriores, mientras que las pequeñas variaciones en los profesionales italianos, europeos o latinoamericanos no fueron estadísticamente significativas, es decir, no pasaron a jugar mejor o peor una vez desaparecieron los aficionados del entorno.
Las valoraciones de los futbolistas se extraen de un algoritmo que los puntúa entre 0 y 10 que ya se usaba de hacía años y que, teniendo en cuenta las posiciones de cada jugador, computa actuaciones personales (pasadasasistencias, driblajes, goles…) y aspectos colaterales (como la dificultad del partido) para confeccionar un índice con la mayor objetividad posible. Del total de profesionales evaluados, un 6% era africano, mientras que también había un 7,2% de Europa del Este, un 16,5% latinoamericano y una gran mayoría del 68,5% eran italianos o de la Unión Europea.
Los resultados son aún más relevantes si se tienen en cuenta los deportistas africanos de equipos que, durante la primera mitad de la liga, van sufrir ataques racistas de los aficionados, los cuales son extraídos de los casos registrados por la justicia del país (entre los que sólo se encuentran los más graves). Estos futbolistas, en lugar de una mejora del 3% en el rendimiento, la notaron del 11%, una cifra muy notoria que refuerza su tesis conforme la presión del racismo les impide jugar con toda la calidad de la que serían capaces.
Los autores del estudio abordan el impacto sobre todo entre los deportistas nacidos en África para evitar debates sobre gradaciones raciales, pero también replican el experimento con todos aquellos futbolistas con ascendentes africanos o directamente de piel negra. En estos casos, también notaron una mejora en el juego cuando los campos estaban vacíos pero no tan notoria ni significativa. La tesis del artículo es que, como estos ya habrían notado el racismo desde pequeños, no les afectaría tanto en pleno partido como a una persona que naciera en África y, por tanto, no empezara a ser atacado hasta que llegó a Europa. No estaría tan acostumbrado y podría ser más vulnerable.
Asimismo, los autores abordan una hipótesis alternativa conforme los futbolistas africanos podrían ser más sensibles a la presión atmosférica en general, y no en concreto en el racismo. Una opción que se rechaza por el hecho de que no existe diferencia en la evolución entre aquellos que han participado en competiciones internacionales europeas y los que no, y eso que los primeros tendrían más experiencia en los partidos de elevada presión.
Hipótesis alternativas refutadas
Todavía una alternativa podría ser que los jugadores africanos se hubieran podido mantener más en forma durante el paro inicial de partidos, cuando la Covid llegó, pero el estudio la rechaza al constatar que no existen diferencias destacables en los kilómetros recorridos por partido antes y después de ese paréntesis. Los autores tienen en cuenta también diversas variables, como los partidos en casa o fuera, la climatología de cada uno de ellos, la composición interna global de cada equipo en función del origen de los integrantes, si se trata de derbis locales (normalmente con mayor agresividad en las gradas) o si recibieron más o menos tarjetas en cada período. Sin embargo, las conclusiones no cambian y tan sólo se explica la mejora por la desaparición de la afición de los campos.
El estudio subraya que se demuestra que el racismo afecta a deportistas de élite que se encuentran entre los mejores de su disciplina y que disponen de muchos recursos para hacer frente a la gestión de esta problemática con profesionales. Predice, por tanto, que elimpacto en divisiones menores puede ser aún mayor, con víctimas del racismo sin el mismo escudo económico ni tantas capacidades técnicas.
Consecuencias económicas
Asimismo, las conclusiones reforzarían otros análisis que apuntan al impacto económico del racismo, lo que impediría a trabajadores de origen extranjero ser tan productivos. Y en este caso concreto, apunta, «el racismo puede producir un daño económico a la industria del fútbol«, la cual se basa en que fans de todo el mundo se admiren al ver jugadores extraordinarios con habilidades excepcionales, sin embargo, «cuando una cantidad significativa de jugadores no pueden mostrar su potencialel hermoso juego [com s’anomena el futbol o, més comunament en portuguès, jogo bonito] deviene menos hermoso».