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El tiempo que te doy o cómo olvidar a un ex en apenas dos horas. Creativa, sencilla y genuina, ésta fue una de las apuestas más arriesgadas de Netflix y parece haber salido triunfante. No sólo se coló desde su estreno en los primeros puestos de las clasificaciones de popularidad de la plataforma, sino que ha conquistado a la crítica. El riesgo y la originalidad son dos de las señas de identidad de esta miniserie (pero mini de verdad, no llega a las dos horas de duración al completo). Una propuesta fresca, original y atrevida que firman Nadia de Santiago, Inés Pintor y Pablo Santidrián. Un duelo cronometrado protagonizado por la propia Nadia de Santiago (Las chicas del cable, 2017-2020) y Álvaro Cervantes (Carlos, rey emperador, 2015-2016; Los relojes del diablo, 2020-), que narra, sin miramientos, lo que supone una ruptura después de un tiempo de amor.
La serie es de diez episodios y once minutos de duración cada uno de ellos, un total de 110 minutos; es decir, similar a la de un largometraje, pero el ‘gancho’ aquí es que las entregas son de 11 minutos: el primero, con ‘1 minuto de presente y 10 minutos de recuerdo’, dedica el grosor de su metraje en el recuerdo de la relación que vivieron Lina (de Santiago) y Nico (Cervantes). El segundo, con ‘2 minutos de presente y 9 minutos de recuerdo’ dedica un poco más de tiempo a vivir la realidad y algo menos a rememorar tiempos pasados. El tercero sigue esta línea, más mirando hacia adelante y menos echar la vista atrás. El resto continúan esta dinámica hasta llegar al décimo, el episodio en el que se cede un minuto al recuerdo y se disfrutan de los otros diez en el momento actual. Toda una travesía ideal, por supuesto, para un binge-watching sin demasiadas exigencias temporales ni intelectuales. Son etapas que se caminan cuando termina una relación: de negación, de luto, de frustración pero también de descubrimiento, de pequeñas ilusiones y de emociones… No se pueden generalizar comportamientos y acciones cuando se ocurre una situación parecida, porque no todos los casos son y se viven igual, pero El tiempo que te doy nos lo presenta de una forma fresca y con unos tempos prefijados ya en el título de cada capítulo.
Se podría considerar una rara aviso dentro de la plataforma destreaming porque ficciones que han explicado un proceso de divorcio o separación hay muchas, casi desde que existe el cine, pero resulta tan sencillo identificarse con los protagonistas de esta miniserie que esto marca ya una diferencia importante con cualquier otra producción que haya explorado esta fase por la que definitivamente todo el mundo, en una u otra medida, ha tenido que pasar. No hay grandes despliegues de medios en la producción, por lo que todavía resulta más reseñable confirmar que una buena idea (y un buen guión: basado en la naturalidad, sin estridencias ni dramatismos innecesarios) pueden ser más que suficientes a la hora de que una serie funcione. Un relato íntimo que se ve reforzado por la química entre sus protagonistas. Todos los elementos contribuyen a la sensación de realismo y cercanía. A cambio, se sacrifica la singularidad, tanto de trama como de personajes. Éstos podríamos ser tú y yo, o podrían ser cualquier persona, por bien y por mal.
Sus autores han sabido reflejar lo más descarnado, tierno y real del proceso de la pérdida de un ser querido, en el formato en que esto ocurra. A través del hilo conductor de una ruptura, hemos ido visitando junto a Lina los diferentes procesos de la despedida de alguien que amas, con un equilibrio extraordinario entre la superación del dolor y el recuerdo. Pero además, sus creadores no han perdido la oportunidad de establecer incluso en tres personajes diferentes (Lina, su padre y su ex-novio, Nico) aproximaciones a este duelo, incluso relacionándolo directamente con la muerte. Por eso es tan interesante analizar el último episodio que, como los demás, es de sólo 11 minutos, pero refleja todas las claves de esa brillante perla del catálogo de Netflix. Un formato nuevo y ligero que contiene una temática de tal profundidad que sin duda merece una segunda interpretación más profunda para asimilar cuestiones de gran importancia emocional y afectiva a la vez que realiza un retrato de la vida de la generación millennial, un contexto que está perfectamente integrado en la serie.
Quizás cuando la ves en la plataforma te preguntas… ¿Y de qué va? Pues, ¿del surgimiento, auge, crisis y fin?, del amor. Con este esquema narrativo iremos hacia delante y hacia atrás para conocer los idílicos inicios de la relación, la convivencia, la crisis de pareja, la separación, los reencuentros ocasionales y, sobre todo, el camino de empoderamiento, de independencia y de superación de ella, valiente y propietaria absoluta de su vida y con un personaje mucho más rico y lleno de matices que el de él. A medida que caminamos junto a Lina, conocemos no sólo los hitos de su relación, sino también apuntes sobre las cargas emocionales de cada uno.. Lina, por ejemplo, es una chica muy necesitada, como ella misma reconoce cuando habla de la muerte de su madre y de su padre distante. Nico ha perdido recientemente el suyo, y esto hace replantearse muchas cosas sobre cómo quiere vivir su vida. La protagonista se debate constantemente entre la memoria y la necesidad de continuar, sin que sepamos muy bien si se quedará atrapada en el bucle para siempre o conseguirá salir de ella.
¿Acaso nos falta información sobre sus vivencias para entender por qué le cuesta tanto salir de la espiral? ¿Por qué esa perseverancia en el tono de autocompasión? Incluso entendiendo que el duelo por una relación rota puede extenderse ampliamente, incluso admirando que se nos niegue un retrato marcado de sus protagonistas, la solemnidad de la serie, que se apodera también de los momentos felices, es un obstáculo en la hora de acercarnos a la tragedia de Lina, cuando debería acercarnos. ¿El tiempo lo cura todo? Lina no está segura de si es cierto, pero, aun así, se propone empezar de nuevo y superar su reciente ruptura con Nico, con quien ha compartido los últimos nueve años de su vida. Para ello, intentará pensar cada día un poco menos en los flashbacks de la relación y un minuto más al aquí y ahora, recomponiendo su vida y acostumbrándose a la ausencia de Nico. No es que las cosas le hagan menos daño, pero piensa menos en las cosas que le duelen.
El tiempo que te doy nos muestra el éxito de las series ‘de concepto’ y con una ingeniosa estructura narrativa. Una idea ‘marketiniana’ para una serie española tan correcta como convencional, donde los dos protagonistas pasan por dos procesos de duelo contrapuestos, viven una ruptura desde ángulos distintos ya destiempo. Hay sitio para el cambio de casa, para buscar una nueva afición o para volver a ilusionarse. Una historia de amor truncado. Su comienzo, dulce y lleno de expectativas; el final, amargo; y los altibajos que van de un punto a otro, desconcertantes. Narra los momentos e instantes durante los que surgió el amor, se consolidó o erosionó, los fallos, los egoísmos, la complicidad y el apoyo mutuo, las dudas y las risas. Se incide en cómo la marcha de alguien puede suponer también desprenderse de parte de uno mismo, de la persona que eras entonces.
¿Cómo seguir adelante sin alguien que ocupa buena parte de tu corazón y forma parte de tantos de tus recuerdos? Incluso los más felices pueden llegar a doler, tanto (o más) que los tristes. Todo esto es El tiempo que te doy y cuando termina sentimos una nostalgia agridulce… y la conclusión y el final lo ponemos cada uno de los espectadores (eso, mientras no se estrene una segunda temporada, no confirmada).
Veredicto
Gustará: Si desea una serie corta, en plano pim-pam.
No gustará: Si no te van las historias contadas en forma de drama romántico y nostálgico. Si no desea remover sentimientos mejor lo evite.
Pegametro: 8
Nota: 7
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