Conocí a Miquel Strubell de muy joven, cuando apenas empezaba a trabajar. Yo combinaba los estudios universitarios con el primer trabajo a tiempo completo. Fue en la Dirección General de Política Lingüística de la Generalitat. Con un equipo humano y directivo de primer nivel, encabezado por la amada Aina Moll, Isidor Marí y el propio Miquel Strubell.
Miquel era el Jefe de Servicio de Normalización Lingüística y yo me integré en su equipo haciendo tareas administrativas. La noticia de su traspaso me dejó helado. Más allá de aquellos tres años en los que pude trabajar con él, nos fuimos reencontrando, siempre de forma esporádica, como vecinos o en actos diversos. Petábamos la charla, nos poníamos al día de la política, bromeábamos, compartíamos ilusiones de un país mejor.
Ahora que, con nostalgia, hago memoria, creo que ese equipo humano de política lingüística era potente, comprometido, luchador. Y Miguel siempre estaba muy presente. Inteligente, respetuoso con todos, integrador, con sentido del humor. Encontraba a menudo atajos cuando aparecían obstáculos, fuera por cuestiones relevantes o por aspectos más instrumentales como la incipiente informática. Con discreción, sin protagonismo, buscando la complicidad de todos.
No voy a hablar de su actividad profesional ni de su vertiente más política. Otros lo han conocido mucho más y han escrito en los medios y en las redes estos últimos días. Quiero mencionar, por el contrario, dos componentes de su vida que más he valorado y que han sido maestría para muchos. Se trata, por un lado, de su compromiso con la gestión pública; por otro, del firme compromiso cívico.
Miquel fue un auténtico civil sirviendo, un servidor de lo público. Seguro que sus raíces inglesas debían de tener algo que ver. Concebía la labor profesional en la administración como un auténtico servicio en el país y en la ciudadanía. Con rigor, con una sólida ética profesional. Lo transmitía a todo el mundo con el ejemplo, sin aspavientos. Para mí fue un auténtico privilegio iniciar una carrera profesional con él como ejemplo de directivo público comprometido, calificado y siempre creador de valor y trabajo compartido.
La vida de Miquel ha sido también ejemplo de compromiso cívico. Ahora que muchos no saben ver más allá del Estado y del mercado (y así nos van las cosas), él creía firmemente en la sociedad civil. Una sociedad movilizada, crítica, culto, que participa a diario en los asuntos comunes. Así pensaba y actuaba Miquel. De hecho, nunca habíamos hablado de ello.
Pero él, como decía, predicaba sobre todo con el ejemplo y sin hacer ruido. En los últimos años, cuando nos cruzábamos por el barrio, a menudo iba trabajando con el móvil pegado a la mano, sin descanso. Creo que quería ser ciudadano activo en cada minuto de su vida. Mil gracias Miquel por tu maestría. Ahora que has ido, estás aún más presente. Seguiremos tu labor de servicio público y de compromiso cívico por el bien común.
