No importa si te gustan o no los musicales. La fuerza de tick, tick… ¡Boom! (y, sobre todo, de Andrew Garfield) le atrapará desde el minuto cero y no le soltará hasta que aparezcan los créditos. Sin duda, una de las mejores películas de Netflix de 2021.
tick, tick… ¡Boom! está basada en la obra homónima y autobiográfica de Jonathan Larson, a quien seguramente recuerde por la exitosa Rent, que estuvo una década instalada en Broadway, y fue representada en teatros de todo el mundo, también en Cataluña, a finales de los años 90 (y de nuevo en 2016, traducida al catalán, y en 2019). También tuvo una adaptación cinematográfica en 2005, dirigida por Chris Colombus. Larson no pudo verlo ni vivirlo, pues murió justo la noche antes de que empezaran las representaciones, el 25 de enero de 1996, a la edad de 35 años.
Pero tick, tick… ¡Boom! no nos habla de Rent. Bien, quizás un poco sí, de cómo Larson empezó el camino que le llevaría a construir su gran éxito. Pero, como todos los grandes creadores, los inicios no siempre son fáciles. A punto de cumplir los 30 años, Larson se plantea si ha llegado el momento de dejarlo correr o si debe seguir apostando por su sueño. Dice que siente un “tic, taco”, que el tiempo se le echa encima, su juventud acaba… Él, capaz de hacer canciones sobre el azúcar o los cereales del desayuno, sueña con poder escribir musicales en Broadway.
La película, el debut en el largometraje del director Lin-Manuel Miranda, se centra en los inicios de Larson, contada de la misma forma que él interpretó tick, tick… ¡Boom! al público que tuvo la suerte de verlo en persona. Pero el cine puede ir más allá, y no sólo mostrarnos la parte que él interpretaba en el escenario, sino las imágenes y los personajes que forman parte de la historia. De su historia. De cómo luchó por conseguirlo, de la realidad de su momento, arruinado y viendo cómo muchos jóvenes de su edad marchan antes de tiempo debido al sida (un tema que acabaría abordando más adelante en Rent). Uno de los momentos clave de la película para definir esta crisis existencial es cuando Larson reflexiona que “llegas a cierta edad, donde dejas de ser un compositor que sirve mesas, y te conviertes en un camarero con una afición”. Seguidamente, su amigo Michael (Robin de Jesús) le recomienda que se plantee si se está dejando guiar por el miedo o por el amor, un dilema que se convierte omnipresente en el resto de la película.
Ver todo esto en Larson seguramente fue todo un lujo, pero cabe decir que ver a Andrew Garfield en su piel es una de las mejores cosas que verá en la pantalla en mucho tiempo. No sólo porque Garfield ha «aprendido» a cantar para la película y es alucinante ver el resultado, sino porque llena la pantalla con su energía y ritmo y, aunque el drama es uno de los protagonistas del filme, terminará con un muy buen regusto.
En la memoria retendrá para siempre escenas como la secuencia inicial de la película, una enérgica presentación de personaje que le dejará con la boca abierta, o la impecable escena de la cafetería, repleta de cameos de intérpretes de Broadway, y que refuerza también el hecho de que el filme no es sólo un homenaje a Larson, sino también a su mentor, Stephen Sondheim, que murió en noviembre de 2021 y que, al ver una primera versión de la película, pidió a Lin-Manuel Miranda reescribir el mensaje que su personaje deja a Larson en la parte final del filme. La versión final del mensaje, en versión original, fue grabada con la voz de Sondheim.
Y recordáis, como se dice al principio de la película, todo lo que se ve es verdad… excepto las partes que Larson se inventó.
Veredicto
Lo mejor: Andrew Garfield, su energía y ritmo, que no decaen en ningún momento.
Lo peor: Que sólo dure dos horas… ¡Si entra se le hará muy corta!
Nota: 9